Un antiguo y admirado profesor de la Academia de Infantería, por entonces ayudante del Capitán General de una Región Militar me llama para pedirme que tan pronto como sea posible vaya a verle. Esta petición es personal y no debo informar a mis superiores ni a mis compañeros. Debo entrar en Capitanía a las cuatro de la tarde por la puerta trasera del edificio.
Debido a quien me llamaba, salí en coche al día siguiente de madrugada de una localidad del sur de Francia, donde estaba trabajando para el servicio. Viajé unas siete horas. Esperé a que dieran las cuatro para estar en la puerta de Capitanía. Me estaba esperando. Tras los saludos, mi antiguo profesor -lacónico como siempre- me dijo: "el Teniente General necesita oírte y quizás te pedirá una opinión".
Pasamos a un despacho nada formal donde estaba el Teniente General. Mi vestimenta se ajustaba más a un hippie que a un oficial del Ejército. Me cuadré, sumando a mi saludo disciplinario, la profunda admiración que sentía por él, por su talante personal y por su brillante
hoja de servicios que bien se reflejaba en sus pasadores y en su Medalla Militar.
El General fue inmediatamente al tema: quiero un resumen de la situación política real, actividad y conducta previsible de los partidos todavía clandestinos. También las previsiones futuras sobre la actividad de los grupos terroristas. No quiero un informe policial. Quiero un informe político lo más imparcial posible. Luego yo crearé mi opinión.
Sobre una pizarra de folios expuse el abanico de los partidos y grupos clandestinos del momento, las previsiones de alianzas entre ellos, así como la evaluación sobre la probabilidad de que quisieran colaborar para que la transición fuera un pacto consensuado por todas las partes. Creo que fue al final cuando añadí: En este proyecto trabaja mucha gente y con verdadero afán, pero no me equivoco si digo, como el Cid, que el impulso es soberano. El General esbozó su primera sonrisa. Llevábamos más de tres horas entre exposición, las preguntas y aclaraciones. Quedó en silencio y me ordenó tomar asiento, él se levantó y dando paseos por el despacho se puso a reflexionar en voz alta.
Las clases medias
Capitán, la situación es ésta. Dentro de dos días tengo que ir a Madrid para asistir al Consejo Superior del Ejército. Sé que en la reunión se hablará de definir nuestra posición frente al futuro. Estoy convencido que la base de partida será cómo impedir -o dificultar en todo lo posible- esa transición por la que estáis trabajando. Debes saber que no creo en su posible éxito, pero me seduce la fe que tenéis en la bondad y necesidad de la misma. Quizá cada generación tiene derecho a trazar su rumbo y también a equivocarse o acertar; pero hasta ahora cada cambio de rumbo lo han marcado las guerras civiles. ¿Será posible ahora cambiarlo pacíficamente? Franco ha creado por primera vez clases medias y esto puede ser la clave para un cambio pacífico. ¿Puede el Ejército ayudar a ello?
Mi intervención se basará en el resumen de tu exposición para pedir que el Ejército tenga sólo una función tuteladora: Garantizar la Unidad de España e impedir un nuevo Frente Popular. En esos dos casos, el Ejercito debería entrar en escena de nuevo, ¿lo cree así?
Sí, mi general –contesté-, me parece una posición constructiva y honrada.
Luego siguió: Sinceramente pienso que el Consejo no será una reflexión sobre el futuro, sino una solicitud de lealtad al pasado, y que esta lealtad se convierta en un muro que se oponga radicalmente a este proyecto de transición.
Me preocupa que alguno de los Tenientes Generales, con gran facilidad de palabra y dominando bien la jerga patriótica, sin más argumentos que una brillante y encendida exposición, envuelto en la bandera de la lealtad, y en virtud de las experiencias pasadas, de la fe en el criterio del Caudillo, de las citas históricas y heroicas, de la sangre derramada, impidan una reflexión calculada y serena. Si esa arenga cala, el proyecto de Transición se encontraría frente a una pared. Puede que no la llegue a impedir, pero volverá el enfrentamiento y la sangre.
Debo saber –continuó el Teniente General - cómo frenar el efecto de estas arengas enfrentadas al futuro. A veces una frase, un chiste, una canción, un gesto, anulan de forma inmediata el efecto psicológico, borra la seducción de las palabras y pone los pies en tierra. Ya se sabe que el español puede avanzar impávido hacia la muerte, pero retrocede a toda prisa frente al ridículo. ¿Qué decir? ¿Con qué palabras y tono?
En ese primer silencio, el Teniente General solicitó a un ordenanza que nos trajeran algo para cenar y beber. Mientras, paseaba de un sitio a otro como buscando ideas para convencer o hacer dudar. Cenamos y después de muchas vueltas dio como buena la siguiente aportación al Consejo Superior:
“Porque seamos viejos, por tener experiencia, por haber combatido y vencido en Marruecos, España y Rusia, no vamos a cometer el error de creer que vamos acertar sobre cuál es el futuro mejor para España. Acertamos al seguir a Franco, él ofreció un futuro que nos gustó, combatimos por él y por su idea, le hemos sido y seremos fieles. Él sabe cuál es el camino del futuro. Yo seguiré lo que él diga. Por ahora su sucesor es el Príncipe de España, él habrá recibido sus ordenes y eso le convierte en nuestro futuro caudillo a título de Rey. Yo le obedeceré”.
Aquí la más principal hazaña es obedecer…
Luego, satisfechos y a modo de despedida, hablamos de varios temas, uno fue el de los sacerdotes, y volví a repetir el papel de los diferentes sacerdotes, obispos y cardenales en un lado u otro de la política. En un momento me preguntó si era muy religioso, le contesteté que era religioso, pero la parábola del hijo prodigo y algunas otras cosas más me habían separado de la práctica religiosa. Soy lo suficientemente débil como para necesitar creer en Dios, lo suficiente tolerante como para seguir apoyando a la Iglesia Católica Romana, pero la verdad es que sélo tengo dos oraciones: el Padre Nuestro y el Verso de Calderón de la Barca.
El general soltó una carcajada: ¡el verso de Calderón, una oración! Está bien la idea.
El verso mi general es el mejor compendio de normas morales que existe: Y así de modestia llenos // a los más viejos verás // tratando de ser los més // y de aparentar lo menos...
El general me interrumpió para seguir: Aquí la más principal // hazaña es obedecer // y el modo como ha de ser // es ni pedir ni rehusar...
Me dio un fuerte abrazo de despedida y unas gracias tan repetidas como inmerecidas. Fui a despedirme de mi antiguo y admirado profesor.
Aproximadamente una semana después me llamó por teléfono para decirme que al Teniente General le gustaría verme cuando me fuera bien y me encarga que te diga que todo fue muy bien, pero en la exposición tras la frase de: Y eso le convierte en nuestro futuro caudillo a título de Rey. Yo le obedeceré. Añadió. Y lo haré porque como soldado sólo tengo dos oraciones el Padre Nuestro y aquella que reza: Aquí la más principal hazaña es obedecer...
No hace falta que os diga, lo mucho que me emocioné y valoré la confianza de aquel admirado, inquieto, vital y condecorado general y cómo valoré su extraordinaria generosidad hacia el futuro. Tiempo más tarde, le dije que la Historia debía conocer su aportación al futuro, el se negó rotundamente a tal posibilidad. Calderón -por medio de un túnel del tiempo- se debió inspirar en él cuando escribió: Y así de modestia llenos // a los más viejos verás // tratando de ser los mas // y de aparentar lo menos... Gracias por todo mi general.
Es un error buscar en el pasado estructuras, procedimientos e instituciones para construir el futuro. Cada época tiene su timón, analizar la realidad diaria nos dirá cuál es el de hoy. La tecnología lo hace fácil, únicamente necesitamos imaginación, generosidad y no creernos en posesión de la verdad.
La abdicación de S.M. el Rey Juan Carlos para dar paso a la generacion de S.M. Felipe VI, parece haber abierto un nuevo tiempo de esperanzas y quehaceres. Algunos ancianos y prestigiosos soldados creen haber oído : Misión cumplida, pueden retirarse. Pero no es así. España no se salva porque uno agite una bandera de esperanza.España es como la tierra que los labradores aran, siembran, abonan, sulfatan, limpian, siegan,recogen para volver a abonar, esperar el tempero, y así empezar el ciclo de labrar. etc. España no permite descansos, es ir en bicicleta, si dejamos de pedalear se cae. España va de la euforia a la depresión con extrema facilidad. Los viejos soldados y todos los ciudadanos curtidos en la búsqueda de la democracia, que pusieron su honor, honradez y trabajo al servicio del resto de los españoles, no pueden retirarse. Limpios de ambiciones personales, deben salir -si es preciso de uno en uno- por todos los pueblos de Cataluña y del resto de España para combatir el silencio de los conformistas y el griterío de los talibanes
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