Al acabar
la anécdota, uno de los presentes me
dijo que Dña. Herminia todavía vivía. Con más de noventa años se encontraba bien de la cabeza y de salud. Diariamente hacia un pequeño paseo, hiciera
frio o calor. Aunque para ir a misa los
domingos lo hacía en silla de ruedas, pues la pendiente del camino y la distancia
lo hacían aconsejable. Me sorprendí y me
alegre, decidí que a la mañana siguiente iria a verla . Aquella noche me vino a
la cabeza un recuerdo especial .
Recuerdos de infancia
Doña
Herminia y Don Matías tenían un especial
afecto y amistad con mis padres. Les unían la afición a la música, la lectura,
el amor por la conversación serena y la discusión política sosegada. Pero lo especial de la relación era la gran complicidad y confidencialidad entre
mi madre y Doña Herminia. Siempre que se despedían cuchicheaban algunas
palabras al oído y esto les generaba una hermosa y dilatada sonrisa.
Me gustaba ir a su casa por ver a mi madre
sentirse tan feliz y sonriente.
En estas visitas a mis hermanos y a mi no nos hacían ni caso. Sentados en el
salón, nos daban de merendar pan con chocolate, o con membrillo, o con
mermelada de tomate y un vaso de leche,
mientras esperábamos el fin de la visita que habitualmente -y como manda la buena educación- duraba unos veinte minutos.
mientras esperábamos el fin de la visita que habitualmente -y como manda la buena educación- duraba unos veinte minutos.
Un día de
visita la chica de servicio nos estaba preparando la merienda y el vaso de
leche, cuando Doña Herminia y mi madre soltaron una carcajada
que la querian disimular poniéndose
la mano delante de la boca y agachando la cabeza mientras miraban hacia el otro lado del que estábamos nosotros.
Cuando acabo la carcajada Dña. Herminia
tocó la campanilla y al aparecer la chica de servicio, le dijo que nos
preparara pan con aceite y azúcar bien
molido y nos llevara a merendar a la cocina para no manchar
los sofás. La chica pregunto ¿pan
con aceite y azúcar molido? y Dña. Herminia mirando a mi madre sonriente dijo: Si, Si pan con aceite y azúcar molido. Así se irán acostumbrando.
No entendí lo
de irse acostumbrando. Todos los niños de pueblo estábamos habituados a comer pan con vino y azúcar, pan con
aceite y azúcar o pan con mantequilla y
azúcar. Durante la cena le
dije a mi padre, que Dña. Herminia no debía saber cómo vivíamos la gente normal o sea no tan rica, pues nos mandó merendar pan con aceite y
azúcar y dijo que era para que nos fuéramos
acostumbrando-
Mis padres cruzaron
una mirada y una gran sonrisa, al tiempo que me decía: Lo debía decir por su hijo, que no debe estar acostumbrado. Seguidamente
volvieron a cruzar una mirada con mi madre y sonrientes bajaron la cabeza y
dieron por zanjado el tema.
Poco tiempo
después nos trasladamos a otro pueblo, años más tarde a otro y
aunque mis padres siguieron en contacto –cada vez más espaciado- mis
hermanos y yo dejamos de verlos. Alguna vez hablábamos de ellos y si en
ocasiones recordaba la merienda de pan con aceite y azúcar, mis
padres siempre sonreían.
La Visita
La fui a ver
a media mañana. Su enorme casa seguía igual. Menos abierta y ventilada. Vivía con
la señora que la cuidaba. Me presenté.
Durante toda la visita me llamo Nandin, así me llamaban mis padres y amigos
cuando pequeño. Queria que le
contara toda la vida desde que nos
fuimos. Me dijo casi cada día se acordaba de mi madre. Fue sin dudar su mejor
amiga. En un momento dado le recordé lo
de acostumbrarnos al pan con aceite y azúcar molido y Dña. Herminia estalló en una carcajada que
podía haberle ocasionado un infarto. Pareció calmarse únicamente para preguntarme: Nandin ¿y lo aprendiste? Y casi
no pudo acabar por un nuevo estallido de risa le impidió seguir . Le acerqué su
vaso de agua. Ella lo rechazó, e
inclinándose mucho hacia mí como
si tuviera que confesarme un secreto dijo: ¿pero
tu padre o tu madre no te lo explicaron?
Respondi que
no, y sentí que estaba a punto de conocer el origen de las cómplices sonrisas
entre ella y mi madre y entre mis padres.
Nandin,
ahora en esta edad mía, donde se pierde
la vergüenza te lo explicaré- Debes saber que después de tu madre y tu padre serás
el único que la conozcas.
Su Historia
Cuando la
guerra, mis padres decidieron alejarse de los frentes. Fuimos a Santander a
casa de unos amigos. En aquella gran
casa estaban refugiados unos parientes suyos de Madrid. En ocasiones iban y venían algunos
otros familiares o amigos, que se marchaban cuando su ciudad estaba ya definitivamente lejos del frente. También
estuvo durante una temporada, el hermano
pequeño del dueño de la casa, marino, no
sé si capitán o algo así. Su barco estaba en reparación. Era unos años mas joven que mi padre, muy
guapo, simpático, divertido y un tanto escéptico sobre todos los temas. Además
nos trataba como mujeres, no como niñas (yo tenía 18 años y el resto iban de 20
a 16) Todas las chicas de la casa y las amigas nos enamoramos de él. Creo que las mamás también.
Los días transcurrían
monótonamente. Por las mañanas íbamos a una especie de escuela, en la que cada
una estudiábamos el curso nos correspondía. Tras la comida r salíamos a pasear o hacer alguna pequeña excursión que incluía merienda en el campo. Habitualmente íbamos todos, pero lo más
importante para nosotras es que viniera o estuviera el marino.
Un día en la
tertulia tras la cena, se hablaba de la forma de ser de hombres y mujeres. Unos mantenían que ambos sexos
eran iguales, otros que las mujeres eran más hábiles, listas y trabajadoras y pocos
lo contrario, Pero en algo todos estaban de acuerdo: era más difícil
conocer como era en realidad una mujer
que a un hombre. Nuestro marinero puso un ejemplo que nos llamó la atención: el
hombre es como el agua, la miel, o la
leche, cuando los ves enseguida sabes cuál es el sabor, pero la mujer es diferente,
algunas son como las cerezas, donde no la de mejor aspecto, es la más dulce y sabrosa,
para saberlo hay que tenerlas en la
boca. Pero otras…. Otras… son como las naranjas, hay que desnudarlas para poder comprobar lo jugosas y dulces que son… Todos nos reímos
con discreción ruborizada de la ocurrencia. El
dueño de la casa y hermano del marino, temiendo que la charla subiera de tono, nos dio las buenas noches. Nos levantamos sonrientes. Cuando el marino pasó
por delante mío puso su mano encima de
mi cabeza y dijo: Buenas noches naranjita
Me acosté pero no podía dormir. Lo de
naranjita no se borraba de mi cabeza. Las campanas tocaron las dos. Me levanté y me dirigí a la cocina. Me convencí de que tenía
sed, iba en camisón y descalza . Una vez
allí vi la puerta del cuarto de servicio
donde dormía el marino. Sentí todo mi cuerpo acalorado y le obedecí. Abrí
la puerta, él estaba en la cama mirando la puerta y a mí. Tuvo la decencia de
no decir aquello: Eres una niña y puedo
ser tu padre. Simplemente abrió las
sabanas y yo entré en ellas.
Fue una
experiencia única, genial, global, una noche minuto a minuto de caricias. En un momento determinado él se levantó
y fue a la cocina. Su cuerpo desnudo era una escultura de museo, un cuerpo de, de hombre. Volvió
revolviendo con la mano el interior de un cuenco. Dentro había aceite y azúcar molido. Aquella mano con aceite
dulce fue cubriendo toda mi piel y todos
los pliegues de mi cuerpo, luego sus besos sus manos, su lengua y su roce lo hacía
desaparecer, y así hasta agotar el aceite y a nosotros. A las siete de la mañana, salí disparada a mi habitación. Mi cabello
estaba totalmente aceitado, así que me puse una especie de tocado para que no
se notara. Trate de limpiar los restos
de aceite con unas toallas y me metí en la cama.
No podía
dormirme, era demasiado feliz. A las ocho y media como siempre mi madre vino a
levantarme. Dije que no me encontraba muy bien, que me dispensara de
levantarme, que lo haría mas tarde si me
encontraba mejor. Mamá me besó en la frente para saber si tenía fiebre -cuando
se tiene fiebre la frente es un poco
salada- . No tenía fiebre. Fue a mi padre para decirle que no me encontraba
bien y como todos los padres – siempre más
alarmistas- entró en la habitación para
saber que pasaba y para ordenar llamar al médico. Le dije que había dormido
muy mal. De nuevo me besó en la frente
para ratificar que no tenía fiebre, y seguidamente me fue a besar en la mejilla, pero yo debí
hacer un movimiento y me besó en el
cuello. Se quedó un poco extrañado y le dijo a mi madre: Mamá ¿sabes que nuestra hija tiene la piel dulce?
Mi madre no
hizo caso, pero desde aquel día mi padre me llamaba en muchas ocasiones
“pieldulce”
El marino se
marchó dos o tres días después, no sé si porque debía marchar o por temor a que esta historia continuara. Yo naturalmente hubiera querido continuar.
No supe más de él, pero entre los regalos de mi boda había uno suyo, era una pulsera
con un naranjita de oro.
La única
persona que conocía esta historia era tu madre y ahora tu . Creo que tu madre
la muy pillina se lo debió contar a tu padre. Yo nunca me atreví a contárselo a
mi marido Matías, pero siempre busqué la forma de decirle que eso es una de las
cosas que se puede hacer en la cama. No lo hice por miedo a que me preguntara como lo sabía.
Cuando
dijimos aquello de que os vayáis acostumbrando, era para que aprendierais lo
bueno que es el aceite con azúcar molido encima del pan o de la piel.
¿A que ahora
te parezco un vieja descocada? Pues
quizás lo sea. Ya lo dijo el marino (por
cierto ¿Cómo se llamaba?) soy una de
esas mujeres naranja a las que hay que desnudar para conocerlas.
Me pase todo
el relato sonriendo y admirándola.
Entendí que mi madre se sintiera tan a gusto y tan amiga con una mujer que a
punto de cumplir cien años seguía siendo tan fresca y juvenil
Al
despedirse me dijo. Otro día me cuentas tu que si ha salido algo mejor que el aceite con azúcar molido
Fernando San Agustin
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