bandera
La abdicación de S.M. el Rey Juan Carlos para dar paso a la generacion de S.M. Felipe VI, parece haber abierto un nuevo tiempo de esperanzas y quehaceres. Algunos ancianos y prestigiosos soldados creen haber oído : Misión cumplida, pueden retirarse. Pero no es así. España no se salva porque uno agite una bandera de esperanza.España es como la tierra que los labradores aran, siembran, abonan, sulfatan, limpian, siegan,recogen para volver a abonar, esperar el tempero, y así empezar el ciclo de labrar. etc. España no permite descansos, es ir en bicicleta, si dejamos de pedalear se cae. España va de la euforia a la depresión con extrema facilidad. Los viejos soldados y todos los ciudadanos curtidos en la búsqueda de la democracia, que pusieron su honor, honradez y trabajo al servicio del resto de los españoles, no pueden retirarse. Limpios de ambiciones personales, deben salir -si es preciso de uno en uno- por todos los pueblos de Cataluña y del resto de España para combatir el silencio de los conformistas y el griterío de los talibanes

jueves, 3 de abril de 2014

La historia de Doña Herminia

En la reunión anual de nuestras familias en uno de los  pueblos donde habíamos vivido es la ocasión de los recuerdos, vivencias y chascarrillos y anécdotas de  abuelos y viejos amigos. En un momento determinado, expliqué una relativa a Doña Herminia, una elegante y cariñosa -aunque distante- señora. Casada con Don Matías –probablemente el más rico de la comarca-   procedía  de una familia bien. Se le notaba en su estar y saber. Tocaba el piano, tenía muchos libros  y su enorme casa estaba equipada con hermosos y antiguos muebles, vajillas, retratos etc. Los niños decíamos que parecía la casa de una marquesa, aunque  no sabíamos como era la casa de una marquesa.
Al acabar la  anécdota, uno de los presentes me dijo que Dña. Herminia todavía vivía. Con más de noventa años  se encontraba bien de la cabeza y de salud.  Diariamente hacia un pequeño paseo, hiciera frio o calor. Aunque para ir  a misa los domingos lo hacía en silla de ruedas, pues la pendiente del camino y la distancia lo hacían aconsejable.  Me sorprendí y me alegre, decidí que a la mañana siguiente iria a verla . Aquella noche me vino a la cabeza un  recuerdo especial .

Recuerdos de infancia 
Doña Herminia y Don Matías  tenían un especial afecto y amistad con mis padres. Les unían la afición a la música, la lectura, el amor por la conversación serena y la discusión política sosegada. Pero  lo especial de la relación era  la gran complicidad y confidencialidad  entre  mi madre y Doña Herminia. Siempre que se despedían cuchicheaban algunas palabras al oído y esto les generaba una hermosa y dilatada sonrisa.

 Me gustaba ir a su casa por ver a  mi madre  sentirse  tan feliz y sonriente. En estas visitas a mis hermanos y a mi  no nos hacían ni caso. Sentados en el salón,  nos daban de merendar  pan con chocolate, o con membrillo, o con mermelada de tomate  y un vaso de leche,
mientras  esperábamos el fin de la visita que habitualmente -y como manda la buena educación- duraba unos veinte minutos.

Un día de visita la chica de servicio nos estaba preparando la merienda y el vaso de leche, cuando Doña Herminia y mi madre soltaron una  carcajada  que  la querian disimular poniéndose la mano delante de la boca y agachando la cabeza mientras  miraban  hacia el otro lado del que estábamos nosotros. Cuando acabo la carcajada  Dña. Herminia tocó la campanilla   y al aparecer  la chica de servicio, le dijo que nos preparara  pan con aceite y azúcar bien molido y nos llevara   a merendar a la cocina para no manchar los  sofás.  La chica  pregunto ¿pan con aceite y azúcar molido? y Dña. Herminia mirando a mi madre sonriente dijo: Si, Si pan con aceite y azúcar molido.  Así se irán acostumbrando.

No entendí lo de irse acostumbrando. Todos los niños de pueblo  estábamos habituados  a comer pan con vino y azúcar, pan con aceite  y azúcar o pan con mantequilla y azúcar.   Durante la  cena  le dije a mi padre, que Dña. Herminia no debía saber cómo vivíamos  la gente normal o sea no tan rica, pues  nos mandó merendar pan con aceite y azúcar  y dijo que era para que nos fuéramos acostumbrando-

Mis padres cruzaron una mirada y una gran sonrisa, al tiempo que me decía: Lo debía decir por su hijo, que no debe estar acostumbrado. Seguidamente volvieron a cruzar una mirada con mi madre y sonrientes bajaron  la cabeza y  dieron por zanjado el  tema.

Poco tiempo después nos trasladamos a otro  pueblo,  años más tarde a otro  y  aunque mis padres siguieron en contacto –cada vez más espaciado-   mis hermanos y yo dejamos de verlos. Alguna vez hablábamos de ellos y si en ocasiones  recordaba  la merienda de pan con aceite y azúcar, mis padres siempre sonreían.



La Visita  
La fui a ver a media mañana. Su enorme casa seguía igual. Menos abierta y ventilada. Vivía con la señora que la cuidaba. Me  presenté. Durante toda la visita me llamo Nandin, así me llamaban mis padres y amigos cuando  pequeño. Queria que le contara  toda la vida desde que nos fuimos. Me dijo casi cada día se acordaba de mi madre. Fue sin dudar su mejor amiga. En un momento dado  le recordé lo de acostumbrarnos al pan con aceite y azúcar molido y  Dña. Herminia estalló en una carcajada que podía haberle ocasionado un infarto. Pareció calmarse  únicamente para preguntarme: Nandin ¿y lo aprendiste?  Y  casi no pudo acabar por un nuevo estallido de risa le impidió seguir . Le acerqué su vaso de agua. Ella lo rechazó, e  inclinándose  mucho hacia mí como si tuviera que confesarme un secreto dijo: ¿pero tu padre o tu madre no te lo explicaron?

Respondi que no, y sentí que estaba a punto de conocer el origen de las cómplices sonrisas entre ella y mi madre y entre mis padres.

Nandin, ahora en esta edad  mía, donde se pierde la vergüenza te lo explicaré- Debes saber que después de tu madre y tu padre serás el único que la  conozcas.

Su Historia
Cuando la guerra, mis padres decidieron alejarse de los frentes. Fuimos a Santander a casa de unos amigos.  En aquella gran casa  estaban refugiados  unos parientes suyos de  Madrid. En ocasiones iban y venían algunos otros familiares o amigos, que se marchaban cuando su ciudad estaba  ya definitivamente lejos del frente. También estuvo durante una temporada,  el hermano pequeño del dueño de la casa,  marino, no sé si capitán o algo así. Su barco estaba en reparación.  Era unos años mas joven que mi padre,   muy guapo, simpático, divertido y un tanto escéptico sobre todos los temas. Además nos trataba como mujeres, no como niñas (yo tenía 18 años y el resto iban de 20 a 16) Todas las chicas de la casa y las  amigas  nos enamoramos de él.  Creo que las mamás también.
Los días transcurrían monótonamente. Por las mañanas íbamos a una especie de escuela, en la que cada una estudiábamos el curso nos correspondía. Tras la comida r  salíamos a pasear o hacer  alguna pequeña excursión  que incluía merienda en el campo.  Habitualmente íbamos todos, pero lo más importante para nosotras es que viniera o estuviera el marino.
Un día en la tertulia tras la cena, se hablaba de la forma de ser de hombres  y mujeres. Unos mantenían que ambos sexos eran iguales, otros que las mujeres eran más hábiles, listas y trabajadoras y  pocos  lo contrario, Pero en algo todos estaban de acuerdo: era más difícil conocer  como era en realidad una mujer que a un hombre. Nuestro marinero puso un ejemplo  que nos llamó la atención:  el hombre es como el agua, la miel, o la leche, cuando los ves enseguida sabes cuál es el sabor, pero la mujer es diferente, algunas  son como las cerezas, donde  no la de mejor aspecto, es la más dulce y sabrosa,  para saberlo hay que tenerlas en la boca. Pero otras…. Otras… son como las naranjas, hay que desnudarlas   para poder comprobar lo jugosas y dulces que son… Todos nos reímos con discreción ruborizada de la ocurrencia. El  dueño de la casa y hermano del marino, temiendo que la charla  subiera de tono,  nos dio las buenas noches.  Nos levantamos sonrientes. Cuando el marino pasó por delante mío  puso su mano encima de mi cabeza y dijo: Buenas noches naranjita

 Me acosté pero no podía dormir. Lo de naranjita no se borraba de mi cabeza. Las campanas tocaron las dos. Me levanté  y me dirigí a la cocina. Me convencí de que tenía sed, iba en camisón y descalza  . Una vez allí vi la puerta del cuarto de servicio  donde dormía el marino. Sentí todo mi cuerpo acalorado y le obedecí. Abrí la puerta, él  estaba en la cama  mirando la puerta y a mí. Tuvo la decencia de no decir aquello: Eres una niña y  puedo ser tu padre. Simplemente abrió  las sabanas y yo entré en ellas.
Fue una experiencia única, genial, global, una noche minuto a minuto de  caricias. En un momento determinado él se levantó y fue a la cocina. Su cuerpo desnudo era una escultura  de museo, un cuerpo de, de hombre. Volvió revolviendo con la mano el interior de un cuenco. Dentro había aceite  y azúcar molido. Aquella mano con aceite dulce  fue cubriendo toda mi piel y todos los pliegues de mi cuerpo, luego sus besos sus manos, su lengua y su roce lo hacía desaparecer, y así hasta agotar el aceite y a nosotros. A  las siete de la mañana,  salí disparada a mi habitación. Mi cabello estaba totalmente aceitado, así que me puse una especie de tocado para que no se notara. Trate de limpiar  los restos de aceite con unas toallas y me metí en la cama.

No podía dormirme, era demasiado feliz. A las ocho y media como siempre mi madre vino a levantarme. Dije que no me encontraba muy bien, que me dispensara de levantarme, que lo haría  mas tarde si me encontraba mejor. Mamá me besó en la frente para saber si tenía fiebre -cuando se tiene fiebre  la frente es un poco salada- . No tenía fiebre. Fue a mi padre para decirle que no me encontraba bien  y como todos los padres – siempre más alarmistas- entró en la habitación para  saber que pasaba y para ordenar llamar al médico. Le dije que había dormido muy  mal. De nuevo me besó en la frente para ratificar que no tenía fiebre, y seguidamente  me fue a besar en la mejilla, pero yo debí hacer un movimiento  y me besó en el cuello. Se quedó un poco extrañado y le dijo a mi madre: Mamá ¿sabes que nuestra hija tiene la piel dulce?
Mi madre no hizo caso, pero desde aquel día mi padre me llamaba en muchas ocasiones “pieldulce”

El marino se marchó dos o tres días después, no sé si porque debía marchar o por  temor a que esta historia  continuara. Yo naturalmente hubiera querido continuar. No supe más de él, pero entre los regalos de mi boda había uno suyo, era una pulsera con un naranjita de oro.
La única persona que conocía esta historia era tu madre y ahora tu . Creo que tu madre la muy pillina se lo debió contar a tu padre. Yo nunca me atreví a contárselo a mi marido Matías, pero siempre busqué la forma de decirle que eso es una de las cosas que  se puede hacer en la cama.  No lo hice por miedo a que me preguntara  como lo sabía.

Cuando dijimos aquello de que os vayáis acostumbrando, era para que aprendierais lo bueno que es el aceite con azúcar molido encima del pan o de la piel.

¿A que ahora te parezco un vieja descocada?  Pues quizás lo sea.  Ya lo dijo el marino (por cierto ¿Cómo se llamaba?)  soy una de esas mujeres naranja a las que hay que desnudar para conocerlas.

Me pase todo el relato sonriendo y  admirándola. Entendí que mi madre se sintiera tan a gusto y tan amiga con una mujer que a punto de cumplir cien años seguía siendo tan fresca y juvenil

Al despedirse me dijo. Otro día me cuentas tu que si ha salido algo mejor que  el aceite con azúcar molido

 Fernando San Agustin



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