bandera
La abdicación de S.M. el Rey Juan Carlos para dar paso a la generacion de S.M. Felipe VI, parece haber abierto un nuevo tiempo de esperanzas y quehaceres. Algunos ancianos y prestigiosos soldados creen haber oído : Misión cumplida, pueden retirarse. Pero no es así. España no se salva porque uno agite una bandera de esperanza.España es como la tierra que los labradores aran, siembran, abonan, sulfatan, limpian, siegan,recogen para volver a abonar, esperar el tempero, y así empezar el ciclo de labrar. etc. España no permite descansos, es ir en bicicleta, si dejamos de pedalear se cae. España va de la euforia a la depresión con extrema facilidad. Los viejos soldados y todos los ciudadanos curtidos en la búsqueda de la democracia, que pusieron su honor, honradez y trabajo al servicio del resto de los españoles, no pueden retirarse. Limpios de ambiciones personales, deben salir -si es preciso de uno en uno- por todos los pueblos de Cataluña y del resto de España para combatir el silencio de los conformistas y el griterío de los talibanes

martes, 8 de julio de 2014

Personajes que conocí: El Coronel

Personajes que conocí: El Coronel y El sueño del adiós

La llamada se produjo a primera hora de la mañana. Al otro lado de la línea, una voz desconocida, derrotada y entrecortada preguntó por mi nombre y apellido. Impresionado por la voz, temí alguna desgracia  en la familia;  respondí: en qué puedo servirle.

Aquella  voz apesadumbrada y llorosa  continúo: soy Antonia, la mujer de  Carlos, del Coronel Carlos de la XV, "el balas".  La voz, al decir el apodo pareció  relajarse  por unos segundos-  Carlos ha dicho que te llame para pedirte que  vengas a verlo.  La voz  se pausó, se le oía respirar profundamente como  si quisiera recuperar el aliento. Luego en un tono  quedo y dolido, siguió: es que ¿sabes?, Carlos se muere. Hubo una larga pausa de lloros e hipos. Sí, Carlos se muere. Ahora estamos en esta Clínica…, bueno ahora  no me sale el nombre, la clínica que está en la Ronda, en Vallcarca.  Bueno, Carlos me ha pedido que te llame, no quiere que avise ni a nuestros hijos ni a sus amigos sin verte primero. Me lo hecho jurar. La voz iba y venía entre lloros y silencios.

Mientras yo trataba de recordar quién era este Coronel Carlos del que no tenía memoria, Antonia siguió: Yo no te conozco. Sé que habéis estado juntos en alguna maniobra y en alguna recepción, que eras amigo de Pachi y de Artieda, pero la verdad, dime si no te resulta raro que deba jurarle que vengas tú antes de llamar a nuestros hijos y amigos. Ahora la voz parecía irritada más que dolida. No se la razón, no te conozco, no sé nada de ti, lo que se dice nada, pero así lo ha querido Carlos. Te pido en su nombre y el mío que vengas. Te espero, por favor ven pronto y me explicas lo que puedas. Su voz volvió a estar derrotada y llorosa. Mi marido se muere, no sé quién eres, no puedo avisar a la familia ni a los amigos, y estoy sola. Se rompió en un llanto y se cortó la línea.

El cerebro me daba vueltas en busca de mi relación con el Coronel Carlos,  yo no lo recordaba. El hecho de tener que verle antes de que Antonia avisara a los suyos me intrigaba aún más. Tras un corto periodo de reflexión y no teniendo idea de quién podía darme información sobre el  citado coronel  y sospesando también que  podía ser una broma pesada, decidí  bajar a Barcelona. Al no concretar la clínica  y con datos tan dispersos, deduje que debía preguntar en la Quirón o en la Delfos, que eran las habituales en nuestras mutuas médicas

Las neuronas daban vueltas desesperadas  tratando de hacer  memoria.  Repasé  toda mi vida militar. En un momento, como un flash, recordé  unas maniobras unos 40 años antes  en la provincia de Lérida. Allí coincidí  con un capitán que tenía el mando -prácticamente virtual-  de una unidad logística cuyo personal estaba distribuido entre todas unidades del ejercicio.   Lo que significaba  no  tener mando efectivo, ni nada,  por no tener  incluso carecía de un soldado de  plana mayor o de conductor, claro que tampoco le habían asignado un  jeep.  Así que durante los seis  días que duraron las maniobras estuvo pegado a nosotros. No se había enterado cuál era su lugar ni su papel. Nadie lo  convocó a un briefing ni a un juicio critico. No hacía nada y desconocía por dónde empezar. Lo recuerdo siempre perdido y con frecuencia  bebido. No me gustó y busqué todos los días un acomodo para él lejos de nuestra base. No lo conseguí

El hilo de los recuerdos me llevó a un atardecer y a una noche de confesión que me hizo ser  más comprensivo con él.

Como todos los aficionados a la bebida, siempre  acaban contándote su vida. En parte para justificar  su adicción y en parte por no  tener nada más interesante de que hablar.  En ciertos momentos me hablaba a 20 o 30 cm de mi cara, como para demostrar que sus palabras eran del todo confidenciales: … soy un mal oficial para esta época.  He nacido en una época equivocada. Sería  bueno, muy bueno, hace 150 años o 200, pero, ahora soy una mierda, como lo oyes, una mierda. ¿Quién tiene la culpa? Yo no, seguro que yo no.  Ingresé en la Academia sin merecerlo, tenía Beneficio de Ingreso (BI) y además una recomendación  del propio Franco, que había  conocido a mi padre, que murió en el Ebro y al que Franco le dio la Medalla  Militar  y además había conocido a mi abuelo, que murió en  África y  Franco mandaba la unidad que recuperó los cuerpos de los soldados españoles muertos en ese combate. Fue él  quien precisamente identifico el cuerpo acribillado a tiros y acuchillado de mi abuelo. Así que si alguien tiene la culpa de que sea oficial del ejército y un oficial mierda es Franco.

Yo he nacido para combatir y morir. Creo que en mi  familia se nace con un instinto suicida, o sea de héroe . Disfrutar mientras vivimos para que no nos importe morir al día siguiente. Bailes de gala, vistosos   uniformes, bellas mujeres a las que amar y escribir, así como  putas ninfómanas  y hermosas con las que emborracharte,  hacer  el amor apasionadamente y de ese modo  no te importe despedirte de la vida. Ahí y así es donde yo sería bueno. Ese es mi sueño cuando bebo. Que la resaca me lleve dos siglos atrás. Ese es mi sueño. Esto que vivimos es una porquería, mal pagados, resignados,  sin entusiasmo ni objetivos, en busca de un pluriempleo para que la familia pueda vivir mejor, sin horizontes, nada, esto es una mierda. No quiero esto. No sirvo. Mi familia no sabe que vivo por mi capacidad de soñar, de no ser por eso me habría pegado un tiro.

Lo peor de todo esto es que es verdad. Pero  jamás lo he dicho a nadie.  Por borracho que pueda haber estado no se lo he dicho a nadie. Yo nunca pierdo el control. El alcohol para mi es la puerta de mis sueños. A veces también la música, oír un vals de Strauss me abre la puerta de los salones de Viena o de Buda donde está la mujer que amo y baila apretando mi mano fuertemente como para impedir que al día siguiente salga a encontrarme con la muerte. Esta es mi verdad y te la cuento a ti no sé porque, quizás porque cantabas con tu amigo una canción que decía: "son mis sueños las armas y la muerte, la Patria y el Amor, la vida que te ha tocado en suerte se la he brindado a Dios". Quizás por eso o quizás porque Pachi y Artieda dicen que tienes mucho de poeta, o simplemente tengo ganas de contarlo a alguien a quien probablemente no  encontraré en años y porque tu no estarás interesado en dar aire a esta confesión de que vivo en un sueño ni decir que mi realidad es una penitencia.

Recuerdo que esta confesión me despertó una cierta comprensión y mucha ternura. El recuerdo también me trajo el  olor a ginebra  y el aliento caliente en mi oído y mi ¡¡mejilla.

Localizada la clínica, tuuve alguna dificultad en saber su habitación por  desconocer  su apellido. Antes de entrar  estaba seguro  de que este coronel era aquel capitán sin mando que vivía en un ejército fuera de su tiempo. Entré, estaba entubado  al máximo. Su mujer parecía observar su respiración como para animarle a seguir haciéndolo.  Al verme dijo: ¿eres Fernando, verdad?. 
 
 Asentí, la saludé con un beso y un apretón de manos. No se movió de la silla desde la que acariciaba con suavidad el brazo del coronel. No sé de qué os conocéis ni que cosa hay entre vosotros, pero ayer insistió en llamarte antes que a nadie.  De todas maneras esta mañana después de hablar contigo he llamado a mi hijo e hija para que vengan a despedirse. Gracias al cielo has llegado antes que ellos como Carlos quería.

El aspecto cadavérico del coronel no invitaba a decir nada esperanzador. Sus ojos hundidos, la piel casi amarilla, una delgadez extrema y atravesada por tubos de todo tipo. Parecía ya muerto. Su mujer intervino como para animarme: Carlos tiene los ojos cerrados y dormita a ratos, pero se entera de todo. Le dio unos pequeños golpes en el antebrazo: Carlos,  mira quien esta aqui. No abrió los ojos pero levanto su mano como para buscar la mía. Se la cogí mientras decía: a tus ordenes mi coronel. Sin soltarme la mano abrió como una rendija en sus ojos para  buscar a su mujer. Se cruzaron una mirada.  Antonia  se levantó diciendo :  mejor os quedáis solos. Sentí un escalofrío. Pensé que quería pedirme algo para acabar con su agonía.

Cuando se cerró la puerta,  cerró de nuevo los ojos. Sin soltar mi mano,  me arrastró hasta  pegarme a su cara. Le costaba hablar. Así que le dije que esperara un momento. Llamé a la enfermera, que vino de inmediato. Pedí si podía quitarle el tubo de la boca,  traer una crema para los labios, unas gasas y agua para mojarle la boca  y la lengua. Lo hizo  todo con rapidez, también me  ayudó a incorporarlo ligeramente. La enfermera como preámbulo de su eficacia me  señalo que quitarle el tubo e incorporarlo no era nada  bueno para su estado,  contesté sonriendo que a su estado solo le faltaba quedarse embarazado. Note que la mano del coronel golpeaba mi mano como queriendo aplaudir. En su boca se dibujó una mueca a modo de sonrisa.

Nos quedamos solos. Con una gasa impregnada de agua le moje  la lengua y los dientes por delante y detrás, también le tiré algunas gotas en el interior dela boca. Su mojada lengua  se paseaba por el interior de su paladar para humedecerlo.  Esta operación la repetí  mientras estuve en la habitación.  Sabía cuándo hacerlo , pues cuando  deseaba  que lo hiciera,  sacaba la lengua.

Me acerque para oír qué esperaba de mí: me preguntó si me acordaba de una charla que tuvimos en unas maniobras en Lérida. Le respondí que sí, resultaba imposible olvidarla.
Nunca en estos más  de treinta años me he franqueado tanto con nadie. Tu sabes mi secreto, por eso te he llamado, quiero que me ayudes a tener un sueño para despedirme de la vida. Quiero irme soñando como tantas veces, pero esta vez de verdad.
Si mis hijos, nietas, amigos, parientes y demás vienen es imposible entrar en el sueño del adiós. Tienes que conseguir que no vengan y, si se asoman, que no hablen. Sólo tú que conoces mi secreto. Mi confesión de inutilidad, la necesidad que tengo de soñar, puedes conseguirlo. Es demasiado largo y decepcionante explicarlo ahora a  mi familia. No les sería fácil de comprender y  todos ellos son  demasiado convencionales para que me ayuden. Tienes que ser tú

Siguió para explicarme el sueño para despedirse  de esta vida y de esta época equivocada que le había tocado vivir. Estuvimos cerca de 45 minutos. Más o menos por la mitad, salí de la habitación para pedir a su mujer  si podían traer de su casa el sable y los dos pequeños altavoces de su iPad. Luego volví a entrar para acabar de recibir sus instrucciones.

Una media hora más tarde Antonia  entró  con el sable y los altavoces. Se acercó  y lo besó con una dulzura infinita. Luego salió. Yo conecte su iPad con los altavoces, busque el  archivo que me había dicho  y lo activé con un volumen muy bajo. Se inició  una cadena de valses de Strauss y marchas militares austríacas interminables. Cuando se acababan  empezaba de nuevo por  el primer Vals. Puse su sable a lo largo de la cama y cerré su mano izquierda por debajo de la empuñadura. Me imaginé su sueño. Debía estar ya entrando en un salón de palacio para  bailar o bailando un vals. Salí de la habitación para llevar a cabo  lo más difícil de la operación. Conseguir que respetaran su deseo: que le dejaran  decir adiós a su vida presente , soñando con la vida que quiso tener.

No fue fácil, incluso  en algunos momentos  fue desagradable. Les pedí en su nombre que respetaran la última voluntad de su padre. Quería morir solo, no oyendo otra cosa que la música seleccionada por él para este momento. 

Estaba la familia del hijo y de la hija con las nietas respectivas. Otros familiares y amigos.  El hijo – irritado-  dijo que nadie podía negarle ni a él  ni a su familia  la entrada a la habitación para dar un último beso y decirle que lo querían. Naturalmente todos estaban de acuerdo en ello. Insistí en la petición  y les rogué que la cumplieran.

Cuando el hijo  avanzó hacia la puerta de la habitación, mire a la madre antes de decir: Tu padre te lo prohíbe. Quiere morir solo. ¿Es mucho pediros? Habéis tenido años para decirle que lo queréis, él lo sabe y  por ello está seguro que respetarais su voluntad. El hijo pareció no escuchar nada. Tomó  de la mano a su mujer e hijas y se dirigió hacia la puerta . Antes de que yo tratara de detenerle, aquella anciana mujer,  rota de dolor, de lloros y agotada por los cuidados de tan larga agonía se puso delante de la puerta con los brazos en cruz: mi marido dice que nadie pase y nadie pasara. ¿Lo oyes bien? Nadie pasará.

 El hijo preguntó  muy irritado  en que momento  podría ver a su padre,  la madre contestó tajantemente : cuando haya muerto. Al oír esto  cogió a su mujer y dijo: !pues ya avisareis,!!, y se encamino a la salida indicando  a sus dos hijas -las nietas mayores del coronel - que  fueran con él. Las chicas se negaron, dijeron se quedaban   con la abuela. El enfado del hijo fue mayúsculo.  Su mujer  le hizo ver que ya eran mayores y que podían quedarse. El hijo arrastrando a su mujer salió de la sala con un portazo.

Los amigos y otros familiares  se despidieron.  Quedamos  la hija con su marido que seguían sin entender por qué no podían entrar. Las cuatro nietas y la abuela. Me sentía culpable de la situación. Entreabrí la puerta y se oía la suave melodía de los valses.  Impresionado por la situación , fui  al centro del grupo con una exposición y propuesta:

Vuestro padre y abuelo quiere despedirse de la vida soñando que baila con su mujer y luego con su hija y sus nietas uno y otro vals. Ese es su último deseo, si habláis, lloráis o hacéis ruido,  saldrá de ese sueño que le hace feliz su despedida. Si es así, sólo le quedará el dolor y la tristeza. Yo os propongo entrar en silencio, llorar en silencio, no moverse y contemplar cómo se despide soñando que baila con vosotras. ¿Estáis de acuerdo?   Cuando iba a abrir la puerta vimos llegar a la mujer del hijo. Se abrazó a la abuela. Fue un buen regalo.

Abrí lentamente la puerta y se colocaron alrededor de la cama. Subí el volumen de la música. El coronel movía las manos y hacia oscilar suavemente  su cabeza de izquierda a derecha como llevando el ritmo. Quizás era este movimiento que le hacía recuperar el color de la cara.

Se me ocurrió llevar a su mujer al lado de la cama, cogí sus manos y las puse muy suavemente, una apoyada en el hombro y otra en la mano del coronel alzándolas  lentamente. Le dije a Antonia que siguiera con la mano el ritmo del vals en movimientos casi imperceptibles. Tuve  miedo de sacarlo del sueño,  pero no fue sí. El parecía esbozar una sonrisa. Su cabeza seguía oscilando de derecha a izquierda. Unos minutos después hice lo mismo con su hija, su nuera  y con las niñas, parecía -un baile de relevo. Aquella habitación se transformó durante casi una hora  en un salón de la corte austriaca .  La tensión del inicio  fue relajándose. Su hija fue la primera que al hacer el relevo del baile se agachó para besarle la frente, luego lo hicieron las niñas, la  más pequeña bailo pegando su cabeza a la del coronel. Nunca había visto llorar y sonreír al mismo tiempo como en esa ocasión. La enfermera volvió a entrar para señalar el muy irregular y pobre  ritmo cardíaco, la hora del adiós era inmediata

Le indique a Antonia que volviera a bailar con él, que lo besara y le dijera que su Regimiento le esperaba. Así lo hizo. El coronel soltó la mano derecha, con su izquierda tomó de nuevo el  sable como para salir de marcha. Con un gran esfuerzo se puso de lado y pareció querer levantar la cabeza. Su mano derecha se levanto como quien quiere indicar adelante o decir adiós.  Un hilo de voz grave y corta se dejó oír. Luego apoyo la cabeza en la almohada y pareció quedar dormido. El coronel ya cabalgaba – hacia la eternidad – hacía  la época en  que debió vivir

Observé  a la familia. Los lloros  y las sonrisas se mezclaban. Cada una comentaba el baile con su abuelo. Unas habían notado como les apretaba la mano, otras como le acariciaba el dorso con el pulgar. Todas parecían sentirse felices. El coronel tenía un rostro sereno y relajado. Su mujer me dio un fuerte abrazo interminable. Su  hija y las niñas igual. Me preguntaron  desde cuando éramos amigos, les respondí que no lo éramos, tan solo una vez habíamos hablado. Una noche de confidencias. Me preguntaron que me contó.  Les dije que cualquier otro día. Al final prometí que  les escribiría y eso es lo que voy hacer.

Mientras celebran su funeral, yo estoy en un viaje por el Danubio  escribiendo el relato de cómo nos conocimos. Después  debo  escribir un relato más suave y no tan real de nuestro encuentro y sus confidencias  con su marido, padre y abuelo.

Aquella noche me dijo el Coronel: Me alimento de sueños, no sé ni puedo vivir de otro modo.


Adiós, mi coronel 

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