Personajes que conocí: El Coronel y El
sueño del adiós
La llamada se produjo a primera hora de la mañana. Al
otro lado de la línea, una voz desconocida, derrotada y entrecortada preguntó
por mi nombre y apellido. Impresionado por la voz, temí alguna desgracia en la familia; respondí: en
qué puedo servirle.
Aquella voz
apesadumbrada y llorosa continúo: soy Antonia, la mujer de Carlos, del Coronel Carlos de la XV, "el
balas". La voz, al decir el
apodo pareció relajarse por unos segundos- Carlos
ha dicho que te llame para pedirte que vengas a verlo. La voz se pausó, se le oía respirar profundamente
como si quisiera recuperar el aliento. Luego
en un tono quedo y dolido, siguió: es que ¿sabes?, Carlos se muere. Hubo una
larga pausa de lloros e hipos. Sí, Carlos se muere. Ahora estamos en esta Clínica…,
bueno ahora no me sale el nombre, la
clínica que está en la Ronda, en Vallcarca.
Bueno, Carlos me ha pedido que te llame, no quiere que avise ni a
nuestros hijos ni a sus amigos sin verte primero. Me lo hecho jurar. La voz
iba y venía entre lloros y silencios.
Mientras yo trataba de recordar quién era este Coronel Carlos
del que no tenía memoria, Antonia siguió: Yo
no te conozco. Sé que habéis estado juntos en alguna maniobra y en alguna
recepción, que eras amigo de Pachi y de Artieda, pero la verdad, dime si no te
resulta raro que deba jurarle que vengas tú antes de llamar a nuestros hijos y
amigos. Ahora la voz parecía irritada más que dolida. No se la razón, no te conozco, no sé nada de ti, lo que se dice nada,
pero así lo ha querido Carlos. Te pido en su nombre y el mío que vengas. Te
espero, por favor ven pronto y me explicas lo que puedas. Su voz volvió a estar
derrotada y llorosa. Mi marido se muere, no sé quién eres, no puedo avisar a la
familia ni a los amigos, y estoy sola. Se rompió en un llanto y se cortó la
línea.
El cerebro me daba vueltas en busca de mi relación con el
Coronel Carlos, yo no lo recordaba. El
hecho de tener que verle antes de que Antonia avisara a los suyos me intrigaba aún
más. Tras un corto periodo de reflexión y no teniendo idea de quién podía darme
información sobre el citado coronel y sospesando también que podía ser una broma pesada, decidí bajar a Barcelona. Al no concretar la clínica y con datos tan dispersos, deduje que debía
preguntar en la Quirón o en la Delfos, que eran las habituales en nuestras
mutuas médicas
Las neuronas daban vueltas desesperadas tratando de hacer memoria. Repasé
toda mi vida militar. En un momento, como un flash, recordé unas maniobras unos 40 años antes en la provincia de Lérida. Allí coincidí con un capitán que tenía el mando -prácticamente
virtual- de una unidad logística cuyo
personal estaba distribuido entre todas unidades del ejercicio. Lo que
significaba no tener mando efectivo, ni nada, por no tener
incluso carecía de un soldado de
plana mayor o de conductor, claro que tampoco le habían asignado un jeep. Así que durante los seis días que duraron las maniobras estuvo pegado
a nosotros. No se había enterado cuál era su lugar ni su papel. Nadie lo convocó a un briefing ni a un juicio critico.
No hacía nada y desconocía por dónde empezar. Lo recuerdo siempre perdido y con
frecuencia bebido. No me gustó y busqué todos
los días un acomodo para él lejos de nuestra base. No lo conseguí
El hilo de los recuerdos me llevó a un atardecer y a una noche
de confesión que me hizo ser más
comprensivo con él.
Como todos los aficionados a la bebida, siempre acaban contándote su vida. En parte para
justificar su adicción y en parte por
no tener nada más interesante de que hablar. En ciertos momentos me hablaba a 20 o 30 cm
de mi cara, como para demostrar que sus palabras eran del todo confidenciales: …
soy un mal oficial para esta época. He nacido en una época equivocada. Sería bueno, muy bueno, hace 150 años o 200, pero, ahora
soy una mierda, como lo oyes, una mierda. ¿Quién tiene la culpa? Yo no, seguro
que yo no. Ingresé en la Academia sin
merecerlo, tenía Beneficio de Ingreso (BI) y además una recomendación del propio Franco, que había conocido a mi padre, que murió en el Ebro y al
que Franco le dio la Medalla
Militar y además había conocido a
mi abuelo, que murió en África y Franco mandaba la unidad que recuperó los
cuerpos de los soldados españoles muertos en ese combate. Fue él quien precisamente identifico el cuerpo
acribillado a tiros y acuchillado de mi abuelo. Así que si alguien tiene la
culpa de que sea oficial del ejército y un oficial mierda es Franco.
Yo he nacido para combatir
y morir. Creo que en mi familia se nace
con un instinto suicida, o sea de héroe . Disfrutar mientras vivimos para que
no nos importe morir al día siguiente. Bailes de gala, vistosos uniformes, bellas mujeres a las que amar y
escribir, así como putas ninfómanas y hermosas con las que emborracharte, hacer el amor apasionadamente y de ese modo no te importe despedirte de la vida. Ahí y así
es donde yo sería bueno. Ese es mi sueño cuando bebo. Que la resaca me lleve
dos siglos atrás. Ese es mi sueño. Esto que vivimos es una porquería, mal
pagados, resignados, sin entusiasmo ni
objetivos, en busca de un pluriempleo para que la familia pueda vivir mejor,
sin horizontes, nada, esto es una mierda. No quiero esto. No sirvo. Mi familia
no sabe que vivo por mi capacidad de soñar, de no ser por eso me habría pegado
un tiro.
Lo peor de todo esto
es que es verdad. Pero jamás lo he dicho
a nadie. Por borracho que pueda haber
estado no se lo he dicho a nadie. Yo nunca pierdo el control. El alcohol para
mi es la puerta de mis sueños. A veces también la música, oír un vals de
Strauss me abre la puerta de los salones de Viena o de Buda donde está la mujer
que amo y baila apretando mi mano fuertemente como para impedir que al día
siguiente salga a encontrarme con la muerte. Esta es mi verdad y te la cuento a
ti no sé porque, quizás porque cantabas con tu amigo una canción que decía:
"son mis sueños las armas y la muerte, la Patria y el Amor, la vida que te
ha tocado en suerte se la he brindado a Dios". Quizás por eso o quizás
porque Pachi y Artieda dicen que tienes mucho de poeta, o simplemente tengo
ganas de contarlo a alguien a quien probablemente no encontraré en años y porque tu no estarás
interesado en dar aire a esta confesión de que vivo en un sueño ni decir que mi
realidad es una penitencia.
Recuerdo que esta confesión me despertó una cierta
comprensión y mucha ternura. El recuerdo también me trajo el olor a ginebra y el aliento caliente en mi oído y mi ¡¡mejilla.
Localizada la clínica, tuuve alguna dificultad en saber
su habitación por desconocer su apellido. Antes de entrar estaba seguro de que este coronel era aquel capitán sin
mando que vivía en un ejército fuera de su tiempo. Entré, estaba entubado al máximo. Su mujer parecía observar su respiración
como para animarle a seguir haciéndolo. Al verme dijo: ¿eres Fernando, verdad?.
Asentí, la saludé
con un beso y un apretón de manos. No se movió de la silla desde la que
acariciaba con suavidad el brazo del coronel. No sé de qué os conocéis ni que cosa hay entre vosotros, pero ayer
insistió en llamarte antes que a nadie.
De todas maneras esta mañana después de hablar contigo he llamado a mi
hijo e hija para que vengan a despedirse. Gracias al cielo has llegado antes
que ellos como Carlos quería.
El aspecto cadavérico del coronel no invitaba a decir
nada esperanzador. Sus ojos hundidos, la piel casi amarilla, una delgadez
extrema y atravesada por tubos de todo tipo. Parecía ya muerto. Su mujer
intervino como para animarme: Carlos
tiene los ojos cerrados y dormita a ratos, pero se entera de todo. Le dio
unos pequeños golpes en el antebrazo: Carlos,
mira quien esta aqui. No abrió los
ojos pero levanto su mano como para buscar la mía. Se la cogí mientras decía: a tus ordenes mi coronel. Sin soltarme
la mano abrió como una rendija en sus ojos para buscar a su mujer. Se cruzaron una mirada. Antonia
se levantó diciendo : mejor os quedáis solos. Sentí un
escalofrío. Pensé que quería pedirme algo para acabar con su agonía.
Cuando se cerró la puerta, cerró de nuevo los ojos. Sin soltar mi mano, me arrastró hasta pegarme a su cara. Le costaba hablar. Así que
le dije que esperara un momento. Llamé a la enfermera, que vino de inmediato. Pedí
si podía quitarle el tubo de la boca,
traer una crema para los labios, unas gasas y agua para mojarle la boca y la lengua. Lo hizo todo con rapidez, también me ayudó a incorporarlo ligeramente. La
enfermera como preámbulo de su eficacia me
señalo que quitarle el tubo e incorporarlo no era nada bueno para su estado, contesté sonriendo que a su estado solo le
faltaba quedarse embarazado. Note que la mano del coronel golpeaba mi mano como
queriendo aplaudir. En su boca se dibujó una mueca a modo de sonrisa.
Nos quedamos solos. Con una gasa impregnada de agua le
moje la lengua y los dientes por delante
y detrás, también le tiré algunas gotas en el interior dela boca. Su mojada
lengua se paseaba por el interior de su
paladar para humedecerlo. Esta operación
la repetí mientras estuve en la habitación. Sabía cuándo hacerlo , pues cuando deseaba que lo hiciera, sacaba la lengua.
Me acerque para oír qué esperaba de mí: me preguntó si me acordaba de una charla que
tuvimos en unas maniobras en Lérida. Le respondí que sí, resultaba
imposible olvidarla.
Nunca en estos más de treinta años me he franqueado tanto con
nadie. Tu sabes mi secreto, por eso te he llamado, quiero que me ayudes a tener
un sueño para despedirme de la vida. Quiero irme soñando como tantas veces,
pero esta vez de verdad.
Si mis hijos,
nietas, amigos, parientes y demás vienen es imposible entrar en el sueño del
adiós. Tienes que conseguir que no vengan y, si se asoman, que no hablen. Sólo tú
que conoces mi secreto. Mi confesión de inutilidad, la necesidad que tengo de
soñar, puedes conseguirlo. Es demasiado largo y decepcionante explicarlo ahora
a mi familia. No les sería fácil de
comprender y todos ellos son demasiado convencionales para que me ayuden.
Tienes que ser tú
Siguió para explicarme el sueño para despedirse de esta vida y de esta época equivocada que le
había tocado vivir. Estuvimos cerca de 45 minutos. Más o menos por la mitad,
salí de la habitación para pedir a su mujer
si podían traer de su casa el sable y los dos pequeños altavoces de su
iPad. Luego volví a entrar para acabar de recibir sus instrucciones.
Una media hora más tarde Antonia entró con el sable y los altavoces. Se acercó y lo besó con una dulzura infinita. Luego
salió. Yo conecte su iPad con los altavoces, busque el archivo que me había dicho y lo activé con un volumen muy bajo. Se inició una cadena de valses de Strauss y marchas
militares austríacas interminables. Cuando se acababan empezaba de nuevo por el primer Vals. Puse su sable a lo largo de la
cama y cerré su mano izquierda por debajo de la empuñadura. Me imaginé su
sueño. Debía estar ya entrando en un salón de palacio para bailar o bailando un vals. Salí de la
habitación para llevar a cabo lo más
difícil de la operación. Conseguir que respetaran su deseo: que le dejaran decir adiós a su vida presente , soñando con
la vida que quiso tener.
No fue fácil, incluso
en algunos momentos fue
desagradable. Les pedí en su nombre que respetaran la última voluntad de su
padre. Quería morir solo, no oyendo otra cosa que la música seleccionada por él
para este momento.
Estaba la familia del hijo y de la hija con las nietas
respectivas. Otros familiares y amigos. El
hijo – irritado- dijo que nadie podía negarle
ni a él ni a su familia la entrada a la habitación para dar un último
beso y decirle que lo querían. Naturalmente todos estaban de acuerdo en ello.
Insistí en la petición y les rogué que
la cumplieran.
Cuando el hijo
avanzó hacia la puerta de la habitación, mire a la madre antes de decir:
Tu padre te lo prohíbe. Quiere morir
solo. ¿Es mucho pediros? Habéis tenido años para decirle que lo queréis, él lo
sabe y por ello está seguro que respetarais
su voluntad. El hijo pareció no escuchar nada. Tomó de la mano a su mujer e hijas y se dirigió
hacia la puerta . Antes de que yo tratara de detenerle, aquella anciana mujer, rota de dolor, de lloros y agotada por los
cuidados de tan larga agonía se puso delante de la puerta con los brazos en
cruz: mi marido dice que nadie pase y
nadie pasara. ¿Lo oyes bien? Nadie pasará.
El hijo preguntó muy irritado
en que momento podría ver a su
padre, la madre contestó tajantemente : cuando haya muerto. Al oír esto cogió a su mujer y dijo: !pues ya avisareis,!!, y se encamino a la salida indicando a sus dos hijas -las nietas mayores del
coronel - que fueran con él. Las chicas
se negaron, dijeron se quedaban con la
abuela. El enfado del hijo fue mayúsculo.
Su mujer le hizo ver que ya eran
mayores y que podían quedarse. El hijo arrastrando a su mujer salió de la sala
con un portazo.
Los amigos y otros familiares se despidieron. Quedamos la hija con su marido que seguían sin entender
por qué no podían entrar. Las cuatro nietas y la abuela. Me sentía culpable de
la situación. Entreabrí la puerta y se oía la suave melodía de los valses. Impresionado por la situación , fui al centro del grupo con una exposición y
propuesta:
Vuestro padre y
abuelo quiere despedirse de la vida soñando que baila con su mujer y luego con
su hija y sus nietas uno y otro vals. Ese es su último deseo, si habláis,
lloráis o hacéis ruido, saldrá de ese
sueño que le hace feliz su despedida. Si es así, sólo le quedará el dolor y la
tristeza. Yo os propongo entrar en silencio, llorar en silencio, no moverse y
contemplar cómo se despide soñando que baila con vosotras. ¿Estáis de acuerdo? Cuando iba a abrir la puerta vimos
llegar a la mujer del hijo. Se abrazó a la abuela. Fue un buen regalo.
Abrí lentamente la puerta y se colocaron alrededor de la
cama. Subí el volumen de la música. El coronel movía las manos y hacia oscilar
suavemente su cabeza de izquierda a
derecha como llevando el ritmo. Quizás era este movimiento que le hacía
recuperar el color de la cara.
Se me ocurrió llevar a su mujer al lado de la cama, cogí
sus manos y las puse muy suavemente, una apoyada en el hombro y otra en la mano
del coronel alzándolas lentamente. Le
dije a Antonia que siguiera con la mano el ritmo del vals en movimientos casi
imperceptibles. Tuve miedo de sacarlo
del sueño, pero no fue sí. El parecía
esbozar una sonrisa. Su cabeza seguía oscilando de derecha a izquierda. Unos
minutos después hice lo mismo con su hija, su nuera y con las niñas, parecía -un baile de relevo.
Aquella habitación se transformó durante casi una hora en un salón de la corte austriaca . La tensión del inicio fue relajándose. Su hija fue la primera que
al hacer el relevo del baile se agachó para besarle la frente, luego lo
hicieron las niñas, la más pequeña bailo
pegando su cabeza a la del coronel. Nunca había visto llorar y sonreír al mismo
tiempo como en esa ocasión. La enfermera volvió a entrar para señalar el muy irregular
y pobre ritmo cardíaco, la hora del
adiós era inmediata
Le indique a Antonia que volviera a bailar con él, que lo
besara y le dijera que su Regimiento le esperaba. Así lo hizo. El coronel soltó
la mano derecha, con su izquierda tomó de nuevo el sable como para salir de marcha. Con un gran
esfuerzo se puso de lado y pareció querer levantar la cabeza. Su mano derecha se
levanto como quien quiere indicar adelante o decir adiós. Un hilo de voz grave y corta se dejó oír.
Luego apoyo la cabeza en la almohada y pareció quedar dormido. El coronel ya
cabalgaba – hacia la eternidad – hacía la época en que debió vivir
Observé a la
familia. Los lloros y las sonrisas se
mezclaban. Cada una comentaba el baile con su abuelo. Unas habían notado como
les apretaba la mano, otras como le acariciaba el dorso con el pulgar. Todas
parecían sentirse felices. El coronel tenía un rostro sereno y relajado. Su
mujer me dio un fuerte abrazo interminable. Su
hija y las niñas igual. Me preguntaron desde cuando éramos amigos, les respondí que no
lo éramos, tan solo una vez habíamos hablado. Una noche de confidencias. Me
preguntaron que me contó. Les dije que
cualquier otro día. Al final prometí que les escribiría y eso es lo que voy hacer.
Mientras celebran su funeral, yo estoy en un viaje por el
Danubio escribiendo el relato de cómo nos
conocimos. Después debo escribir un relato más suave y no tan real de
nuestro encuentro y sus confidencias con
su marido, padre y abuelo.
Aquella noche me dijo el Coronel: Me alimento de sueños, no sé ni puedo vivir de otro modo.
Adiós, mi coronel
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